fondo

lunes, 28 de julio de 2008

Sombras del Pasado. Cap I

El fin de la maldad

-Gobernador Surlen, mi señor, acaban de llegar.
-Bien, hazles pasar.

El gobernador enrolló los pergaminos que tenia encima de la mesa, y ordenadamente los guardó en diferentes cajones. Después, cerró el libro que había dejado sobre la mesa y lo guardó en la estantería que había en el lateral de su despacho. Aun estaba frente a la estantería cuando tras unos golpes a la puerta, entró uno de sus sirvientes.

-Gobernador, el señor Axthrom.
-Bien, gracias. Puedes retirarte.

Una vez se hubo marchado el sirviente, el gobernador volvió a su mesa y se sentó tranquilamente.

-Tengo entendido que necesitáis mi ayuda gobernador.
-Así es, y por eso estáis aquí. Quiero contrataros. A usted y a toda su gente.
-¿Con que fin?
-Verá señor Axthrom, mi ciudad esta... rebosante de maldad. En todas las esquinas se producen fechorías, la gente tiene miedo, no confían en la seguridad que les proporcionan los guardias, y lo cierto es que hacen bien. La guardia de la ciudad no puede protegerles. Los maleantes van un paso por delante de nosotros, y no conseguimos frenar todo esto.
-Y supongo que es ahí donde entro yo, ¿no?
-Exactamente. Por muy formal que le parezca esta reunión, ha de saber que esta reunión no ha ocurrido.
-Me parece bien. Somos mercenarios. Hacemos cualquier trabajo mientras se nos pague. No entramos en la moralidad del trabajo en si.
-Veo que es un hombre inteligente. Sabe cual es el trabajo que voy a proponerle.
-Si, se cual es ese trabajo.
-Bien, me complace saber que nos entendemos perfectamente.
-¿Cuales son las condiciones?
-Tendréis libertad absoluta. Pero ello no implica que no sean discretos. Quiero la máxima discreción.
-No hay problema.
-Quiero que ponga fin a toda esta inestable situación Pero no de cualquier forma. Quiero que haga que los maleantes se planteen la posibilidad de continuar con su indeseable vida de maldades y fechorías.
-Le entiendo perfectamente.
-Bien. Cada tres días, esperaré el informe de uno de mis guardias. Si me complace lo que leo en ese informe, al cuarto día encontrareis una bolsa con seiscientas monedas en lo alto del torreón. Aquí tenéis una copia de la llave que os conducirá hasta allí.
-Me parece bien. ¿Cuando empezamos?
-Ya. Buenos días señor Axthrom.
-Buenos días gobernador.

Y dicho esto, Drent Axthrom salió del despacho del gobernador, y se dirigió al salón comedor que habían preparado para el y sus hombres. Se reunió con ellos, y les comentó el nuevo trabajo que tenían que realizar.

Iban vestidos completamente de negro, incluso las ligeras armaduras que portaban estaban pintadas de un negro opaco que evitaba que se produjeran brillos. Aunque incorrecto, había tres de ellos que portaban un sombrero de ala ancha. El resto, se había descubierto la cabeza. Su capa, también negra, poseía un símbolo blanco que nunca antes se había visto por la zona. Se trataba del distintivo del grupo. No tenían nombre, pero tenían miles, pues cada ciudad, pueblo o aldea por la que pasaban, les daba un nombre distinto. No hablaban nunca entre ellos, y solo decían algo cuando se referían a alguien externo al grupo. El sirviente del castillo que el gobernador había asignado al servicio del grupo durante su estancia, se había quedado boquiabierto cuando vio como los miembros del grupo hacían gestos con las manos y con la cabeza, que respondían a los que hacia Drent Axthrom, que acababa de incorporarse a la mesa donde estaban reunidos. Sin embargo, no se percató de que había uno, y solo uno de los hombres de la mesa, que no hizo ningún movimiento, y que ni siquiera se había quitado el pañuelo que le cubría gran parte de la cara.

Ya había anochecido, sin embargo, esa noche no iban a comenzar a trabajar. ¿O sí? Era de noche, y los maleantes comenzaban su ronda de crímenes sin control alguno. De tanto en tanto, la guardia hacia alguna redada, pero pocas veces atrapaban a mas de dos. A pesar de todo, el grupo entero se echó a la calle, y cada uno tomó un rumbo distinto. Cada uno recorrió una parte de la ciudad. Todos iban igual vestidos. Nada en ellos reflejaba quien estaba bajo el sombrero y la capa, ni quien era el líder del grupo. En todas partes de la ciudad, se produjeron atracos, peleas, asesinatos, crímenes de todo tipo. Parecía increíble que durante el día la ciudad conviviera bien, pues por la noche, la anarquía reinaba en ella. En mas de una ocasión, la guardia tuvo que retirarse dejando atrás a mas de un pobre guardia que se había rezagado o despistado, y que había caído en manos de los vándalos. Todos los hombres de Drent presenciaron actos semejantes desde las sombras, sin intervenir, observando cada movimiento, grabando cada imagen, cada cara en su mente. Esa noche no intervinieron, no obstante, no dejaron de trabajar en ningún momento.

No hay comentarios: