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sábado, 1 de septiembre de 2007

Mi Fe, Mi Dios, Mi Misión

Dios. Mi pastor. Mi creador. Mi existencia forma parte de su gracia. Por Dios soy y a Dios me debo. El miedo y el dolor ya no forman parte de mí. Mi misión comienza.
Soy Artemis. Mi función era la comandancia de las legiones divinas destinadas a combatir el mal en ofensivas directas. Ahora todo ha cambiado, sin embargo, mi suerte y mi fe de nuevo me brindan oportunidades de mostrar mi valía.

La Guerra sin Cese. Ese era el nombre de la masacre. Tanto ángeles como demonios mantenían el impulso enfermizo de acabar con la existencia de su contrario. Constante, todo… sin Cese. Mi objetivo era ganar terreno en la proyección astral Kathodis en la cual se había acumulado en secreto un fuerte número de legiones del Caos. De nuevo otro siglo de guerra y obligado a ser testigo de la situación, marcado por el remolino de la violencia y de la destrucción de infinidad de ángeles jóvenes que ya no encontrarán descanso. Todo ello por fidelidad al Señor.
La campaña se encontraba en el punto álgido, nuestras fuerzas estaban cercanas de la gloria eterna, la paz de mi alma se mostraba ante mí como la recompensa final a mi existencia… Pero… algo pasó. Los oficiales fuimos en un ataque relámpago sorprendidos y apresados, conllevando a la destrucción de nuestras fuerzas y de nuestra esperanza. La fuerza de nuestros corazones por el triunfo próximo se vio deshilachado por la hecatombe pútrida de los infiernos, perdiendo todo atisbo de honor en nuestro ser.
Torturado bajo la insaciable sed de maldad de Lucifer, el dolor se apoderó de mí. Noté en mi ente las fraguas del averno en todo su esplendor, el polvo hecho carne y hueso y, bajo una radicalidad inmisericorde sus inmundas garras destruíanme poco a poco.
Con el paso de las generaciones mi fe se marchitaba. Mi alma se ennegrecía. Violé imperdonablemente el primer mandamiento dejando de rendir culto a Dios.
La alevosía hacia Dios fue inevitable, violé así mismo el octavo de los mandamientos confesando uno de los secretos del Cielo que se guardan con más recelo: La existencia y ubicación de la Piedra del Alma.
Fui de nuevo condenado por Su ira y aplastado por Su justo y poderoso yugo, el cual merecía sufrir para toda la eternidad. Encerrado en un estado de oscuridad y desgracia pues Él me apartó de sí.
Sin embargo, al cabo de mucho tiempo, volví a tener una oportunidad… y aquí estoy, ángel caído con una nueva misión… resucitar a mi Señor.

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