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lunes, 16 de mayo de 2011

Sol y Luna. "La Fuga". Parte 3

Partida: Las estrellas de oriente.

-¡Idiota!

Molah'Rajm se autoinsultaba cada vez que cometía una idiotez o metedura de pata.

-Sabes perfectamente que así no se hacen las cosas. Existen formas y métodos. No puedes hacer las cosas a lo loco. Pareces un principiante. Si el viejo Qom te viera...

Volvió a repetir el experimento. Vació las probetas en los tiestos que adornaban su ventana. Las pobres plantas habían muerto hacia tiempo. Las originales, y las que había plantado para reemplazarlas a fin de tener a la tabernera contenta. Cada error suponía un pequeño gasto en semillas. Sin importancia.

Estaba harto de aquellas tediosas plantas. Le distraían. Le hacían perder el tiempo y le desconcentraban. Las dichosas plantas le estaban retrasando y por culpa de ellas cometía más errores de los necesarios.

Todo sea por la tabernera. Aquella vieja y gorda tabernera. Todo sea por la hija de la tabernera. Una jovencita que quitaba el hipo a los forasteros. Era increíble como su padre amaba las tan ominosas carnes de su madre y cómo de ahí habia podido nacer tan deslumbrante preciosidad.

-¡Otra vez! ¡Céntrate estúpido!¡Deja en paz las putas plantas y al bomboncito de la hija de la tabernera!

Volvió a empezar. Estaba obsesionado. A pesar de su innato poder mágico, envidiado por muchos y temido por otros tantos, Rajm siempre intentaba buscar la naturaleza científica de su poder. A menudo, tenia acaloradas discusiones con compañeros de don y teólogos.

No podía todo ser por la gracia de la diosa Sol y del dios Luna. Era imposible. O eso pensaba él. Y dedicaba muchas horas intentando demostrarlo a base de experimentos y conclusiones.

Y en esos experimentos estuvo enfrascado toda la tarde. Y gran parte de la noche. Había encendido unas velas y continuaba trabajando a altas horas de la madrugada. Un nuevo fracaso lo desesperó y volvió a verter todos los contenidos en las plantas de la ventana. Pero esta vez, no volvió a empezar. Se quedó allí, en la ventana. Mirando hacia el este. La ciudad estaba sumida en las sombras, por lo que el cielo y las estrellas se apreciaban en todo su esplendor.

-Eso es esplendor, y no tus fracasos. ¡Míralas! Todas ellas. Brillantes, eternas... ¿móviles? ¿desde cuando las estrellas se mueven?

No daba crédito a lo que estaba viendo. Unos puntos brillantes del cielo, estrellas a los ojos de cualquiera se estaban acercando a él. Realmente rápido. Se apartó de la ventana. Tropezó con su banco de trabajo y derramó algunos líquidos y rompió algunas probetas y frascos. Pero nada importaba. Cuatro estrellas acababan de entrar por su ventana. Se detuvieron ante él. Eran de color amarillento. Dorado. Y de repente, empezaron a girar y girar sobre un eje imaginario. Ya no eran cuatro, sino ocho. Pasaron a dieciséis y continuaron dividiéndose hasta que su mente racional dejo de intentar explicar lo que ocurría, y se maravillaba con lo que veía.

Las pequeñas estrellas empezaron a moverse tan rápidamente que ya no veía puntos, sino estelas. Formaron la figura de una mujer. La reconoció al instante. La hija de la tabernera. De repente, la figura empezó a cobrar solidez, y una nube de humo la envolvió. Cuando disipó la nube, apareció la joven ante él. Desnuda. La túnica de algodón que vestía delató su estado de excitación, que aumentó cuando la joven sonrió al darse cuenta. Aun estando desnuda, la luminosidad de su cuerpo no le dejaba apreciar su belleza. Se movía en un aura radiante, y de sus pechos y su entrepierna tres focos de luz lo cegaban, mas no cerró los ojos en ningún momento.

Cuando la tenía delante, alzó los brazos y los posó sobre sus hombros. Ella acercó aun más la cabeza a él, y le susurró al oído.

-¡Protégeme! Vienen a por mi. Eres mi salvador. No dejes que me atrapen.

No alcanzaba a entender a que venia todo aquello, y lo único que fue capaz de hacer fue abrazarla. La aplastó contra su pecho. El aura radiante de luz la envolvía, y ahora también a él. Entonces reparó en la ventana. Había una figura. Oscura. Formada de estrellas. Pero no eran brillantes, sino oscuras, y eclipsaban toda la luz a su paso. Con miedo gritó

-¡No! ¡Marchaos! ¡Dejadla en paz!

La figura cobró la forma de la tabernera. Desnuda. En ese momento, dejó de sentir la presión en su entrepierna. Tendría pesadillas el resto de su vida. La forma de la tabernera se acercó y se convirtió en estrellas de nuevo, y formaron un torbellino que voló hasta ellos.

Los atravesó a ambos, y la mujer a la que abrazaba se deshizo en estrellas. Y pasó a abrazar aire. Las estrellas, tanto las brillantes como las apagadas se fusionaron en un baile, como si estuvieran en un combate astral. Hasta que se fusionaron. Unas con otras, y se convirtieron en pequeñas luces color blanquecino grisáceo. Continuaron danzando y los puntos formaron una especie de esfera. No se movían los suficientemente rápido como para darle volumen, pero claramente era una esfera. Empezó a deformarse, y empezaron a salir los puntos por la ventana.

-¡Vaya! ¡Un autentico rayo cosmico!

Aquella estupidez fue lo único que le paso por la cabeza al ver tan maravilloso espectáculo. Cuando todas las luces hubieron salido, corrió hacia la ventana. Se alejaban en una dirección. La luna. Y se fusionaron con ella.

-¡¡¡¡¡LUNA!!!!!

El grito pudo despertar a media ciudad, pero por suerte, no lo hizo.

-Me has arrebatado a mi sol. Pero no descansare hasta recuperarlo. Juro que iré a por ti Dios Luna. Y te mataré si es necesario.

Susurró para si aquella amenaza. Se giró y volcó el banco de trabajo. Estaba furioso, y asombrosamente cansado. Se acomodó en su catre, y poco a poco, sus ojos se cerraron.

Fin del capítulo.

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