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viernes, 6 de mayo de 2011

Sol y Luna. "La Fuga". Parte 2

Partida: El susurro

-¡Ayúdame!

Un grito susurrado sacó a Dala de su sueño. Despertó bruscamente, mas no se movió. Permaneció quieta. Inmóvil. Simulando haber tenido una reacción inconsciente a un sueño. Centró sus sentidos mientras intentaba calmar su corazón. Alguien le había susurrado algo… Alguien la había despertado. No oía nada. No olía nada. No veía nada. Girando sobre si misma, simulando movimientos naturales, se desplazó hasta el borde de su lecho, y extendió el brazo dejándolo caer bajo las sabanas. Con extremo cuidado tanteó bajo la cama. Localizó el puñal. Con un movimiento elegante, y con extrema agilidad, se incorporó, recogió la sabana con su mano libre, volteó sobre si misma, lanzó la sabana hacia el lado donde creía se encontraba la criatura que le acechaba, y de un golpe seco, abrió el postigo de la ventana.

La luz de la luna y las estrellas inundó la habitación. Ante ella, soledad y quietud. La luz determinó que el grito susurrado pertenecía al sueño que no recordaba. Se descubrió sudorosa y las sabanas en el suelo, de fino algodón empapadas. El frío de la noche anterior al parecer había dado paso a un calor asfixiante, ahora que era consciente de lo que le rodeaba. Tras un suave resoplido, recogió las sabanas, las amontonó en una silla, y abrió la ventana de par en par. Corría una leve brisa, que no despejaba el sofocante calor. Se asomó a la ventana. No esperaba nada especial, las calles y los tejados de Riomar. Desde su posición privilegiada en la mansión tenia un gran panorama de la ciudad. No sabía que hora era, tampoco importaba. Le sorprendió ver como se encendían dos luces en la noche.

-Al menos, no soy la única que ha despertado.

Con resignación, volvió a la cama. Antes de dormir estuvo sentada unos minutos mirando el espejo que tenia en sus aposentos. Resultaba extraño. Al parecer, una carta había a los pies de la cama, sin embargo, ella no podía verla. Solo en el reflejo del espejo. Sin duda, algo extraño estaba pasando. Aun no había soltado el puñal, pero volvió a sujetarlo con firmeza. Algún misterio mágico estaba ocurriendo. Inmóvil, concentrándose en el entorno, trató de encontrar alguna respuesta lógica a lo que estaba ocurriendo, cuando de repente, su reflejo soltó el puñal y cogió la carta. Rompió el sello, y de nuevo, un susurro.

-¡Ayúdame! ¡Dala! ¡Por favor! ¡Sácame de aqui! ¡Ayúdame Dala! ¡No! ¡No! ¡Por favor! ¡Columnas del sol Dala!

Empezó fuerte, aun siendo un susurro. Y acabó como si se perdiera en la lejanía. Reconoció la voz.

-¡RINA!

Dala se incorporó. Estaba sudando. Estaba en su cama. Tapada. La Ventana estaba cerrada. No había carta. No tenia el puñal en su mano. Y esta vez, si recordaba el sueño. Encendió la lámpara de aceite. La calidez de la luz de la vela le ayudó a calmarse. Poco a poco, más tranquila volvió a meterse bajo las sabanas. Hacia un frío terrible. Las sabanas no fueron suficiente. A los pocos segundos se incorporó, sacó una manta del armario que tenia a los pies de la cama y se volvió al catre. En pocos minutos, volvía a dormir.

(Si hubiera mirado por la ventana, dos luces encendidas habría visto)

Despertó por la mañana. No dejaba de ser inquietante el sueño. Se incorporó y procedió a vestirse y arreglarse. Después, salió de su habitación.

Se encontraba hambrienta, por lo que decidió marchar a la cocina a pedirle a la cocinera que le preparara algo para comer, sin embargo, de camino, bajando por las escaleras de la mansion, una doncella le comunicó que si iba al comedor, le servirían el desayuno enseguida.

Se sentó en su lugar habitual, y mientras esperaba, imágenes extrañas le venían a la mente, y sensaciones desconocidas le recorrían el cuerpo. Melancolía, añoranza, tristeza, alegría y jovialidad eran algunas de las muchas sensaciones que experimento en pocos segundos, mientras una de las imágenes se apoderara de su mente. Su madre, Nassa, embarazada, en un lugar extraño, siendo el centro de atención, rodeada de bastante gente sentada alrededor de varias mesas con algún tipo de bebida, aclamada por todos y sonriente ante el atronador ruido de los aplausos de una audiencia satisfecha con el espectáculo ofrecido.

La doncella que le traia el desayuno la sacó de aquella imagen.

Reflexionó durante el desayuno, que comió en silencio y pensativa. Visiones extrañas en tiempos sombríos. Cualquier pueblerino lo habría calificado de malos augurios, pero una mujer como Dala no podía dejarse llevar por las creencias del pueblo llano. Su posición no se lo permitía. Decidió comentarlo con su padre, el Rey.

Salió del comedor, y fue a la cocina a felicitar a la cocinera por el exquisito desayuno, pero no lo hizo. de camino se detuvo ante un espejo, colocado en uno de los corredores de la mansión. Se vio hermosa, pero no en la mansión. Se vio vestida, pero no como iba en ese momento, sino de doncella. Estaba en el mismo lugar que su madre. Aquello la asustó, por lo que decidió ver a su padre inmediatamente.

Subió por las escaleras, al despacho, y allí lo encontró. Como tantas otras veces, entre montones de papeles. Papeles que tenia que leer, que firmar, que escribir. Al entrar, el rey alzó la mirada.

-Hola hija.
-Hola padre.
-¿Ya has desayunado?
-Acabo de hacerlo.
-Deléitate y disfruta hija mia, ahora que puedes, pues cuando reines, lamento decirte que ni siquiera tendrás tiempo para eso.
-Bueno... Eso será dentro de mucho tiempo.

El rey sonrió. Dejó sobre la mesa los papeles, y se acomodó en su silla en una posición más relajada.

-Si pretendes halagarme llamándome joven para que te de el capricho de turno... hace tiempo que por muchas caritas que me pongas no te saldrás con la tuya.
-¡Padre!
-Jajajaja. Era una broma hija. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?

Estuvieron hablando un buen rato, y aunque la conversación empezó con buen pie, acabó torciéndose, como siempre últimamente. Como siempre que sacaba el tema de su reclusión en el palacio real.

Acabó marchándose de un portazo. Rabiosa. Impotente. Vagando por la casa sin rumbo, dio a parar con la sala de trofeos. Trofeos conseguidos por ella y por su padre. Una sonrisa se dibujó en su cara al ver el trofeo a mejor rastreadora de menos de 10 años, y recordar el día que lo consiguió, siendo levantada por los aires por los brazos de su padre. Hubo una gran fiesta aquel día. Y entonces, cuando el recuerdo estaba a punto de desaparecer, de desvanecerse en el pasado, se vio a si misma, de nuevo recibiendo el trofeo. Pero ya no tiene 9 años, sino 21. Se le acerca una joven, unos 3 o 4 años menor que ella. No la ha visto nunca, pero la reconoce. Su hermana menor. Rina.

-Felicidades hermana. Eres el vivo retrato de madre. Hasta has heredado su voz. Tal vez debieras provocar algunas lagrimas por el recuerdo de nuestra madre a los asistentes de la taberna del tío Rom, cantándoles como ella hacia...

Volvia a estar en la sala de trofeos. Desde luego, algo en su interior había pasado de las indirectas y un rinconcito de su mente le estaba instando a salir.

Fue a la cocina. Si no felicitaba a la cocinera, se le olvidaria, y no le gustaba que eso ocurriera. De vuelta al despacho de su padre para volver a tratar el tema escuchó como una de las doncellas comentaba que debían ir a la taberna de su tío a comprar miel, y aquello le dio una idea. Traviesa, reconoció para si, pero ya estaba harta de los muros de la mansión, de los mismos cuadros y tapices colgados en los mismos sitios.

Volvió a la cocina, y se las arregló para convencer a las doncellas del plan. La vistieron de doncella, y manteniendo la cabeza un poco inclinada, bajo la caperuza, nadie repararía en ella. La cocinera avisó al comandante de seguridad, y Dala y otra doncella partieron escoltadas por dos guardias hasta la taberna.

A pocos metros de la taberna, la doncella que acompañaba a Dala, se desvió por el callejón para entrar por la parte de atrás, como hacia de costumbre, pero Dala no la siguió, sino que se dispuso a entrar por la puerta principal. Uno de los guardias en ese momento aprovechó para pellizcarle el trasero con picardía.

-¿Donde vais hermosa? No es conveniente.
-A donde me place, y tu me obedeceras, y me trataras como merezco - dijo alzando la cara y descubriéndose, mostrando su identidad.
-Princ...
-¡Cállate!- interrumpió el otro guardia.- No se os permite estar fuera.

Comenzaron a hablar en susurros, pues no querían que nadie supiera que la princesa estaba allí, pero eso a Dala no le importaba. Y ya había llegado hasta las puertas de la taberna, y ahora no le iban a impedir entrar. Los intentó convencer mostrando suplicas. Después pasó al enfado, y por último, a las amenazas.

Estas ultimas surgieron efecto, y Dala se dirigió a las puertas de la taberna, dejando allí plantados a los dos guardias.

La princesa hizo acto de presencia en la taberna. Nadie reparó en quién era, pues se cubría con una capucha. Nadie reparó en ella... todos estaban absortos en sus platos y bebidas. No eran tiempos de felicidad, pues había sido un mal año para las cosechas y los piratas de Rassalpazt navegaban impunemente por los caladeros y zonas de pesca, asaltando los pesqueros y navíos mercantes.

Dala observó el panorama. Casi podría decirse que había mas alegría en un cementerio. Otrora habría habido un jolgorio y un ambiente derivado de la bonanza marcado por el alcohol. Los clientes borrachos cantarían y bailarían sobre las mesas, las jarras de cerveza correrían y los barriles se vaciarían en cuestión de pocas horas, y en el piso de arriba, los gemidos de las doncellas, y no tan doncellas despertarían la curiosidad de los más jovencitos y los deseos de los no tan jovencitos.

Pero no en estos tiempos. Ahora había pocos clientes, y sus voces no se alzaban más que un susurro. Como temerosos de que el mal que los acechaba cayera sobre ellos. Pocos años sufrían una mala cosecha, y esta situación daba pie a que el populacho se dejara llevar por las palabras de los chismorreos, los malos augurios y todas las falsas profecías y maldiciones habidas y por haber.

Había que tener cuidado. Una palabra dicha en un tono más alto del debido, y se podría dar pie a más bulos y rumores, malos augurios o cosas peores. Incluso violencia. Sí. Había que tener mucho cuidado.

Atenta a cada uno de los clientes, reparó en la mesa al lado de la chimenea. Había dos personas. Un perfil que le recordaba a alguien, pero que no era capaz de identificar, y una figura encapuchada con la cara cubierta por las sombras. Se acercó y en el instante en que reconoció al perfil como su difunta hermana, desapareció como sombras en la noche. La figura encapuchada advirtió su presencia y la miró.

-¿Quien sois?
-¿Quien se sentaba a vuestro lado?
-¿Vos también la habéis visto?
-...
-Ya veo. Sentaos. Estáis llamando la atención.

La princesa se sentó en una tercera silla. Guardó silencio.

-No habéis respondido a mi pregunta. ¡UNA CERVEZA PARA MI AMIGO!
-Si, la he visto.
-Me refiero a la otra pregunta.
-¿Por qué habéis insistido en que me sentara?
-Atraíais demasiadas miradas, y no seria bueno que os reconociesen... princesa.
-Sabéis quien soy. ¿Por qué me habéis preguntado entonces?
-...
-Parece ser que no soy la única que intenta guardar secretos, ni que ve fantasmas del pasado.

El tabernero se acercó y depositó la jarra sobre la mesa. Se dio la vuelta, y se marchó de nuevo a la barra.

Acabó la conversación. Y esperaron. Cada uno se abstrajo a sus pensamientos, cuando tenuemente empezó a formarse la figura de Rina en la misma posición que antes.

-No anda lejos.-susurró el encapuchado.
-¿Quien?
-Quien se va a unir a nosotros. Con vos también pasó lo mismo. Poco antes de aparecer por esa puerta la figura hizo exactamente lo que acaba de hacer. Y cuando yo llegué aquí, debió de pasar algo parecido.

Aguardaron. Y no pasó nada. Nadie apareció por la puerta. Las conclusiones del encapuchado no parecían ser correctas. Pero ninguno dejó de observar la puerta de la taberna.

Uno de los clientes decidió marcharse a casa. Y cuando salió, Dala y el encapuchado observaron a través de la puerta a una persona agachada en el suelo atándose una bota.

-Ahí esta.-dijo el encapuchado.

Se cerró la puerta, y apenas diez segundos después, se volvió a abrir.

Fin del capitulo

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