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viernes, 8 de abril de 2011

Sol y Luna. "La Fuga". Prólogo

El ruido de los cascos del caballo era atronador. La velocidad que llevaba unida a la oscuridad de la noche le impedía ver mas allá de los limites del camino. Tenia que llegar antes del amanecer.

Había llovido no hacia mucho, y aunque el camino estaba bastante seco, la humedad continuaba en el ambiente. Era invierno, y el frío le calaba hasta los huesos. Pero no podía detenerse.

Su caballo estaba exhausto, necesitaba descansar, pero solo faltaban un par de kilómetros. Solo un pequeño esfuerzo más. Aminoró la marcha. Ya se divisaban las puertas de la ciudad.
No era una gran ciudad. Más bien, era una fortaleza, que poco a poco había ido expandiéndose. No era la ciudad más grande del reino, pero si la más inexpugnable, de ahí a que el rey viviera allí.


Alcanzó las primeras murallas, y sin detenerse, mostró a uno de los guardias el sello del senescal de Riomar al mismo tiempo que decía:

-Traigo un mensaje del senescal de Riomar para el rey.

Sin esperar respuesta alguna, continuó cabalgando. El guardia le dejo pasar sin ningún inconveniente. Le estaban esperando y tenia ordenes de permitirle acceso.

Continuó cabalgando. Los cascos del caballo aun hacían más ruido sobre los adoquines de la calle principal de la ciudad. Se dirigía a la parte antigua, rodeada de otras murallas mucho más imponentes que las exteriores. Allí le recibieron otro guardia y un mozo de cuadras. Cuando llegó, desmontó y se dirigió a las puertas del castillo escoltado por el guardia.

El viaje había sido agotador. Hacia frío, había llovido, y solo quería que todo terminase de una vez. Por suerte, dentro del castillo haría calor. O eso pensaba él.

Cuando entraron, una oscuridad mayor que la propia noche les recibió. Desanimado, siguió al guardia, que sabia exactamente el camino.
Entraron en una sala con antorchas, se notaba el ambiente más caldeado. Continuaron avanzando y llegaron hasta una sala con una chimenea.

Allí les esperaban el rey, un mayordomo, dos oficiales y la hija mayor del rey. Una autentica belleza. Nunca había visto a nadie así. Se quedó mirándola embobado. Ni siquiera reparó en que vestía con armadura y una espada le colgaba del cinturón.

-Mi rey, alteza, Comandante Brislof, Oficial Darzak, os presento a Vasil, mensajero del senescal de Roimar.

Todos alzaron la vista de los mapas. Observaron al jinete. Hubo un silencio incomodo.

-Hijo, se que la belleza de mi hija es abrumadora, pero…
-Mis disculpas, milord. El senescal me envía para informaros que el paso del dragón ha caído. Todos los hombres apostados allí ha muerto, huido o vuelto malheridos. Han caído todas las defensas que hemos ido preparando desde las columnas del sol hasta aquí. No podemos detenerlos. Aplastan nuestras tropas como si de hormigas se tratasen. Tanto el rey Aerender como la reina Tamatia han pasado por las mismas condiciones.
-Muy bien hijo. Descansa por ahora. ¡Guardia! Escoltadlo a la mejor taberna, la corona cubrirá con los gastos.
-Si majestad.

Cuando quedaron solos en la sala, el comandante Brislof marcó con frialdad la caída de las defensas en el paso del dragón sobre el mapa de la mesa.
-Si esto sigue así, llegaran a Riomar en tres días, y aquí en siete. Deberíamos ordenar la evacuación.
-¿Evacuación? ¿a donde? Están todos los reinos igual. No hay donde huir y refugiarse comandante.

El comandante observó al rey. Tenia razón. No había donde huir. Todo el mundo estaba siendo atacado por fuerzas desconocidas bajo el mando de no se sabe quién. Nadie había sobrevivido para contarlo.

-Mi señor.
-¿Si Darzak?
-Si queremos tener alguna posibilidad de sobrevivir, deberíamos plantearnos la preparación de la ciudad para una invasión a gran escala. Aquí podemos resistir varios días de asedio, incluso semanas. Propongo avisar a Riomar, que evacúen la ciudad y que vengan aquí. Esconderemos la población en los túneles, y uniremos nuestros ejércitos. Nos prepararemos para la defensa. Enviemos mensajeros. Traigamos a todos los soldados a la ciudad. Si todos en un bloque no podemos detenerlos, repartidos por el reino será imposible.

-¿Que ha pasado? ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Quién es el responsable?

El rey comenzaba a lamentarse. Tanto el comandante como el oficial se mantenían a la espera, observando el mapa. El mayordomo, impasible, se mantenía firme en su posición a la espera de que el rey requiriera sus servicios, y la princesa se encontraba frente a la chimenea, observando el fuego. Encantada con él. Un brillo extraño había en sus ojos. Las llamas danzarinas le provocaban recuerdos que la mantenían absorta de todo cuanto le rodeaba.

-Hija. ¿Tú que piensas de todo esto?

Tardó un momento en reaccionar. Se separó del fuego.

-Padre. Sé como solucionar todo esto. Pero antes, debo confesaros algo. Brislof, traiga a mis amigos. Incluidos los del calabozo. Darzak, comience con su plan de defensa.
-Si señora.
-Si alteza.

El rey se quedo observando la situación. Cuando se hubieron marchado intervino.

-¿A que viene todo esto Dala?
-Padre, mis amigos y yo…

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