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martes, 12 de abril de 2011

Sol y Luna. "La Fuga". Parte 1

Libro 1: Partida

Los Fuegos del Destino

Salah estaba barriendo los suelos de la pequeña capilla dedicada a la diosa Sol. Ultimamente su fe había decaído. Cada día veía cosas que no podía comprender que ocurrieran. La gente moría en la calle de inanición. Algunos con heridas por trifulcas sin sentido. Él mismo había tratado al rector de la capilla unos días antes, de una puñalada camino de la capital, apenas salir de la iglesia.

Había muerto. Y ahora, el discípulo se había convertido en el rector, o eso le habían ordenado desde el rectorado supremo.

-De todos modos, no hace falta un rector muy creyente para mantener esta capilla. -Pensó en voz alta.

Recordó la agónica muerte del anterior rector, y de su asesino, atrapado minutos después por los guardias. Su soga al parecer no estaba en buenas condiciones, y no le partió el cuello. Hubo que prepararlo de nuevo entre burlas e insultos. La plebe lo abucheaba y lo repudiaba. Pero el siguió durante toda la ceremonia.


Al parecer, alguien no tuvo demasiada paciencia y en pleno proceso, una flecha le atravesó el pecho. No murió de la herida, sino ahogado en su propia sangre.

-AAAAAAAAAAAAGH!

El grito lo sacó de golpe de sus pensamientos. Giró la cabeza de golpe, y vio como cruzaba la puerta el cuerpo de una mujer en llamas. Apenas alcanzó la mitad de la capilla cuando cayó y no volvió a levantarse. Salah se acercó lo más rápido que pudo mientras se desprendía de su túnica y la lanzaba sobre el cuerpo.

Las llamas se sofocaron de golpe, y la túnica cayó al suelo. Debajo no había cuerpo. Se encontró en calzones y con una pequeña camisa en medio de la capilla, con la túnica a sus pies. En un acto reflejo, recogió la túnica, y se la volvió a poner.

Se estaba alisando las arrugas cuando por el rabillo del ojo vio una luz. Se volvió y de nuevo, un cuerpo ardiente de mujer entraba corriendo a la capilla. Se avalanzó sobre él sin que pudiera reaccionar y ambos cayeron al suelo. Esta vez si parecía real. Podía tocarla, y se estaba quemando. Volteó y se colocó encima de ella. Su túnica era amplia y bastó para sofocar las llamas.

Cuando todo terminó, se incorporó y bajo él encontró a una mujer completamente desnuda, pero sin ninguna herida ni quemadura... Salvo por el pelo. Al parecer las llamas habían consumido todo pelo sobre su piel. Estaba inconsciente. Sus pechos se movían al ritmo de su respiración...

No estaba obligado a hacer voto de castidad, pero tampoco es que se promoviera la fornicación sin descanso entre la orden, y últimamente, no es que le importase mucho seguir el camino de su diosa con rectitud...

Pero se apoderó de él su verdadero carácter. Se agachó y la cogió en brazos. La llevó a la sacristía. La tapó con varias mantas y comprobó su estado físico. No parecía sufrir ninguna herida interna ni había signo de lesión. Parecía que simplemente tenia un poco de fiebre. Preparó una cataplasma, y la dejó descansar. Dejó una túnica junto a donde la había dejado descansando para que pudiera cubrirse cuando despertara, y continuó limpiando la capilla.

Pasaron varias horas, hasta que empezó a preocuparse. Apenas si tenia fiebre. Entró en la sacristía. Seguía justo donde la dejó. La cataplasma se había enfriado, y ella también. Ahora dormía como un angelito. En paz. Le apartó suavemente algunos cabellos que le cubrían la cara y se quedó mirándola. Sonrió. Ella despertó.

(Se sorprendió de lo que acababa de hacer... Tenia el pelo radiante pero cuando la dejó ahí hacia unas horas...)

-Hola - susurró como si se conociesen toda la vida.
-Hola hija. ¿Como te encuentras?
-Estoy enferma.
-Solo tenias un poco de fiebre. Nada más. Aun no me explico que es lo que ha ocurrido, pero lo importante es que estas bien.
-No lo estoy.
-...
-Voy a morir. No espera. Creo que ya he muerto. No estoy segura.
-¿Pero que estas diciendo hija? Estas perfectamente bien. Mira, ahora voy a salir. Quiero que te incorpores y que te pongas esta túnica y salgas.

Salah salió de la sacristía y esperó. Oyó un ruido, y un golpe seco.

-¡Ayuda! - apenas fue un susurro.

Salah entró corriendo a la sacristía, y se encontró a la joven tirada en el suelo, encima de un charco de sangre.

-El sol nos asista! ¿Que ha pasado?

No esperó respuesta y se agachó junto a la joven. La volteó. Seguía desnuda, pero esta vez tenia un feo tajo en el vientre del que salía una cantidad de sangre desproporcionada.

-Búscalo!
-¿Qué? ¿A quién?
-Mi... guardian.
-¿Guardian?
-Aquel que descubrió mi asesinato.
-Pero aquí... aquí no ha entrado nadie
-Me... lla..mo... Rina... busca...

No llegó a acabar la frase. Murió allí mismo, y al igual que como llegó a la capilla, se puso a arder. Salah se incorporó casi al instante y se retiró un poco. Las llamas la consumieron hasta convertirla en cenizas en el suelo. Incapaz de explicar que había pasado, miró a su alrededor. Estaba en la capilla. Con la escoba en la mano, y ante él, solo había un montón de polvo que acababa de apilar.

-Buscalo...

Oyó el susurro en su mente...


Tras reflexionar pensativo y cansado sobre lo ocurrido... o lo que él creia que había ocurrido, terminó con lo que estaba haciendo.

Tras da un par de vueltas por la capilla, organizar algunas cosas, y prepararse, cogió cuanto necesitaba para su viaje hacia la capital, y partió. El viaje a la ciudad no le supuso ningún reto, y predicó su fe allá por donde pasó.

Llegó a la ciudad. Cansado. Pero algo en su interior le obligaba a continuar, a seguir adelante. Visitó los distintos cuadrantes de la ciudad, las plazas, y los negocios. Haciendo preguntas aquí y allá. Se reservaba la biblioteca para el final. Era grande y llena de burocracia... No le gustaba.

Terminó en la biblioteca. Solicitando una audiencia con el bibliotecario jefe, tras devorar algunos libros y escrituras. Al parecer no había demasiadas Rinas en el reino, y de las que había, pocas se ajustaban a lo que estaba buscando, y por desgracia, había una que resultaría prácticamente inaccesible. Tenia la vaga esperanza de que no fuera así, pero así fue, como al final le confirmó el bibliotecario.

La chica que buscaba, era la difunta hija del rey Vorum, muerta junto a su madre, la reina Nassa, durante el parto.

¿Pero cómo era posible que tuviera forma? ¿Cuerpo? Si murió al nacer, ¿cómo es posible que hubiera visto a Rina como una joven?

Cierto es que si no hubieran muerto, tendría esa apariencia, más o menos... Estos dioses, con asuntos tan escabrosos... No se dónde vamos a llegar...

El bibliotecario, dada la importancia del personaje que buscaba, se mostró ligeramente reacio a compartir toda la información que disponía, a un mero clérigo de las afueras. Razón por la cual se vio obligado a investigar por su cuenta, buscando en otros círculos, y por otros caminos.

Su búsqueda, tras esfuerzo y tiempo, dio con un pequeño fruto. Sabia donde vivía el medico que asistió tan fatídico parto... Y partió hacia su casa. El pobre desgraciado se había sumido en una depresión tras aquel acontecimiento maldito, y tras tanto tiempo, se había vuelto loco. Nadie entraba en su casa. Nadie salía.

Una mujer llevaba con frecuencia una cesta con alimentos, y a los días, la recogía vacía, para volverla a llenar. Cuando observó la situación que rodeaba al viejo medico, el caos, y la rareza abordaban su mente. Aquello era del todo surrealista, pero bueno, el no era quien para juzgar a nadie... aunque algunos de sus compañeros de profesión así lo hiciesen.

Después de varios días en la ciudad, el rastro de migajas que iba siguiendo le llevó a una taberna. Al parecer, Dala la frecuentaba para obtener información de sus espías y confidentes... Lo cual, no dejaba de parecer una pequeña incoherencia, ya que... si un clérigo como él había dado con esa información, cualquiera podría hacerlo, y cuales fueran los secretos que se compartían, podrían ser desvelados.
Eran tiempos difíciles, pero no imaginaba que la gente estuviera tan sumida en sus penas y pesares, y no se dieran chismorreos y cotilleos, cargados de rumores y mentiras, que en ocasiones, eran grandes y peligrosas verdades.

Caminaba por la calle, dirigiéndose a la taberna. A un par de metros de la puerta, se dio cuenta de que una de sus botas, tenia los cordones desatados. Se detuvo, se agachó y se los ató. Después, entró en la taberna.

Fin del capítulo

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