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lunes, 20 de junio de 2011

Cazadragón

Erase una vez que se era un mundo de fantasía con criaturas de todos los tipos y colores. En ese mundo vivía un pequeño dragón, un dragón blanco... solitario...

Tenía su manada, por supuesto, y sus compañeros de juegos y aventuras pero era pensativo… y en muchas ocasiones, se ausentaba mentalmente en sus pensamientos. Le gustaba quedarse pensando, analizando, forjando su propio mundo dentro de todo aquel maravilloso paraíso en el que vivía.

Un buen día fue volando a un lugar nuevo, un pequeño territorio sin explorar y se encontró con más dragones, de muchos colores, rojos, verdes, azules, amarillos, plateados... y estableció un nuevo grupo de amigos en el que pasó mucho tiempo yendo y viniendo, volando, viviendo aventuras, momentos difíciles y de bastante felicidad...

En general todo era muy bonito y feliz... pero un terrible día, uno de sus pensamientos le traicionó y se ausentó mentalmente cuando no debía, y en pleno vuelo, chocó. Quedó tocado, dolido, y el golpe fue tan fuerte que le removió el cerebro. No sabia porque, pero ahora veía las cosas de otra manera y decidió que esta nueva forma de ver las cosas… estos nuevos detalles que se le habían escapado merecían una gran reflexión.

Para no cometer de nuevo el mismo error decidió volar alto. Muy alto. Casi más alto que nadie y así no chocarse cuando se pusiera a pensar. Entre pensamiento y pensamiento voló y voló tan lejos que al volver a la realidad no sabia dónde estaba. Nunca había ido tan lejos… y no sabia tampoco cómo volver. Lo intuía, pero no estaba seguro.

Un poco inseguro de si mismo, aterrizó y se quedo observando el paisaje y reparó que de una pequeña cueva, tras un acantilado. Brotaba una negrura terrorífica, una especie de humo, una mezcla entre humo y sombras. Pero él era un dragón, y no tenia miedo del humo pero... ¿y de otro dragón? Eso eran palabras mayores. Decidió esperar.

Se ocultó tras unas rocas y esperó. Esperó y esperó, pero no ocurrió nada. Tal vez, se puso a pensar, no salga porque me ha visto esconderme y piensa que le voy a atacar... se dijo el dragón a si mismo. Así que decidió llevar a cabo un plan que se le ocurrió al instante.

Disimuladamente, hizo los mismos movimientos y sonidos que hacia habitualmente al despertarse y alzó el vuelo hasta lo alto del acantilado y allí se detuvo, mirando a la lejanía, observando a ningún lugar pero vigilando de reojo la cueva. No pasó nada. Cansado de esperar, voló de nuevo a casa.

Encontró el camino, y lo memorizó y al día siguiente volvió allí. De nuevo el humo y de nuevo nada. Insistió varios días hasta que un día no salía humo y sombras de la cueva. Sin embargo, había huellas de dragón a la entrada.

¡Ajá! Tal y como sospechaba.

Tan centrado estaba en las huellas y en la cueva que no se dio cuenta de que al otro lado del acantilado, tras unas rocas, una nube negra acechaba...

Se marchó y volvió al día siguiente y encontró de nuevo lo mismo, así como el resto de días. Su cabeza se puso a pensar y un día decidió ir mucho antes de lo habitual. Y esa acción tuvo recompensa.

Volando tan alto que no se le veía en el cielo, llego al acantilado en el momento en que la nube salía de su guarida. No se distinguía nada, tan solo se veía una nube de humo y sombras negra... ¡¡¡¡¡¡de la que salía una cola!!!!!!

¡Ajá!

Bajo en picado, siempre a la espalda de la cola y se ocultó como un rayo tras una gran roca. Asomó la cabeza y se esforzó en distinguir algo entre las sombras... Su visión de dragón era infalible y esta vez, no iba a ser menos, y efectivamente distinguió cosas de entre las sombras. La cola… las alas…

¡¡¡Era una hembra de dragón NEGRO!!!

Se escondió temeroso, nervioso. No tenia miedo, tan solo… bueno si, tenia miedo, pero no era algo que fuera a reconocer. Volvió a asomarse.

¡NO!

Había desaparecido.

¡¿¡¿¡¿¡Donde estaba!?!?!?!

No la veia.

¡¡¡¡¡¡Umpf!!!!!!

Alzó el vuelo, y se elevó para inspeccionar la zona. No la vio. La estuvo buscando pero no la encontró. Resignado, se fue a casa, a su guarida. Cuando estaba muy muy lejos, la hembra de dragón negro descendió, casi casi de las estrellas de lo alto que volaba… el acechador, ahora era acechado.

Al día siguiente volvió también más pronto, pero esta vez, no se escondió, sino que se colocó a la vista de la guarida. Directa, pero en un ángulo que no se podía ver desde el interior, de forma que cuando la dragona saliese, lo vería, pero el también la habría visto a ella. Se quedó mirando a la nada, al horizonte... vigilando de reojo...

La dragona salió de su guarida. Al mirar disimuladamente no podía fijarse en su cabeza, en su cara… su vista no atravesaba la nube mirando de reojo... y no quería que se le notara que la estaba mirando. Al principio la dragona titubeó. Después, con paso firme, hizo cuanto tenia que hacer sin prestar demasiada atención al dragón blanco. O eso pensaba él.

Pasaron varios días igual. Se había convertido el asunto en un juego de miradas indirectas, de observar cuando el otro no miraba, pero...

¿Por qué la rodea una nube de humo y sombras? ¿Por qué esta sola aquí?

No sabia si era el misterio, las alas, la cola o lo que no había conseguido distinguir aun, pero algo le revolvía las entrañas y lo estaba carcomiendo.

Un día se decidió. Voló hasta allí, pero no se paro en el acantilado, sino que se quedó volando y en cuanto la dragona salió de su guarida, cometió la locura más grande que se le había pasado por la cabeza. Hizo un picado. Hasta la entrada a su guarida.

El trompazo no tuvo nombre.

Intentó frenar, pero volaba demasiado rápido y cayó estrepitosamente al suelo. La dragona se sobresaltó hasta tal punto que una parte de la nube dejó de cubrirla, pero inmediatamente se ocultó de nuevo y velozmente volvió a su guarida y no salió.

Dolido por el golpe, y maldiciéndose a si mismo por su torpeza, el dragón blanco se fue a casa. Volvió los siguientes días, pero la dragona no salía de su cueva.

Un tiempo después, volvió a salir, pero parecía ignorarlo completamente, como si no hubiera estado allí. El dragón blanco no paraba de pensar. Intentaba desentrañar los misterios que la rodeaban y al mismo tiempo idear una estratagema para poder hablar con ella. Preguntarle que hacia allí sola, apartada del resto.

Un buen día, el dragón cometió una locura más grande si cabe aun. Llegó y cuando vio la nube en la guarida, se dirigió a ella y la atravesó. No veía nada. No oía nada. Se sentía observado. Esperaba que en cualquier momento, la dragona le atacara lo sacara fuera de la cueva y lo destrozara a mordiscos y golpes, pero no ocurrió nada. Tenia que decir algo, pero no lo dijo. No sabía que decir. Con cara de pesar dio la vuelta y se marchó. No sin antes, golpearse el morro de forma torpe contra la pared de la cueva.

Salió triste, apenado, y con dolor de nariz y cuando iba a emprender el vuelo una ráfaga de viento le empujó hacia adelante, y sobre él, una sombra voló rozándole al cabeza. Alzó el vuelo y la persiguió al instante. Volaba rápido, pero el más. Se acercó al mar, y bajó hasta la altura del agua sin detenerse, rozando las olas y el dragón blanco la siguió. Ella giraba, hacia cambios bruscos de dirección, izquierda, derecha, arriba, luego picado, tirabuzón, frenada en seco, giros y más giros. Le estaba costando alcanzarla, aun sabiendo que era más rápido.

Hasta que decidió subir y subir y subir. La perseguía de cerca, a unos pocos metros por debajo y conforme más subía, más trasparente se hacía la nube de sombras que la rodeaba. Subía y subía y subía y él cada vez tenía más visión, mejor visión. Casi la podía ver completamente y entonces, se detuvo en seco. Él tuvo que frenar y girar rápido para no embestirla, y se detuvo enfrente.

Ya no había nube, y ante él, la dragona negra más hermosa que había visto nunca. Se miraron. Nadie dijo nada, y entonces, ella se dejó caer. No batía las alas, tan solo caía. Él se impulsó hacia abajo y descendió a su velocidad. No dejaban de mirarse, y entonces empezó el ritual.

Ella, de golpe y porrazo, se giró y comenzó a batir las alas. Descendía a una velocidad vertiginosa, mucho más rápido que un mero vuelo en picado, y él la siguió. Y comenzaron la danza. Giraban y revoloteaban, uno al lado del otro, sin dejar de descender entre giros y vueltas. Ella hacía una serie de figuras y movimientos, y él, respondía con otras similares, y entonces, llegó la parte más difícil.

Su turno.

Si ella no respondía a sus giros, más valía no frenar en aquella caída. Cerró los ojos, y se dejó llevar. Cuando los abrió, la vio responder, y no pararon de girar y voltear entre ellos sin dejar de descender, formando una espiral bicolor, blanca y negra. A pocos metros del suelo ambos abrieron la boca y descargaron la llamarada más poderosa que podían descargar, perforando el suelo. Se adentraron sin detenerse en las profundidades de la tierra, y entonces, llegaba la verdadera prueba.

Había que separarse, girar y ascender de nuevo, cada uno por su lado, perforando la tierra. Si ambos llegaban de nuevo a la superficie juntos entre giros subterráneos, no se separarían nunca.

Y giraron. Y se separaron. Con su fuego derretían la tierra y la roca y perforaban el suelo, y entre rocas y piedras, de repente, hueco y fuego. Se entrecruzaron de nuevo en el agujero de bajada que hicieron juntos y formando de nuevo una espiral, pero esta vez ascendente, volaron hasta la superficie rodeados de sus propias llamas.

Desde entonces, los dos dragones viven como si fueran uno solo. Actúan como si fueran un solo cerebro y un solo corazón. Y no hay día que pase, que no realicen de nuevo el ritual, volviéndose a encontrar, cada vez, en las profundidades de la tierra.

FIN

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